4/08/2014

Infancia

Expreso las presentes líneas inmerso en un estado de emoción que dista a años luz de la alegría, sin embargo carece de conexiones con su antítesis. Tal vez sea mi ignorancia o, ¿por que no? Tal vez sea un Cousteau de los sentimientos modernos.
Tengo ganas de llorar escondidas sin intención, siento presión detrás de la garganta, justo en ese lugarcito que pocos saben como se llama. Lo que no tengo iluminado es el epicentro origen de mis lagrimas fáciles.
No es mi primera visita a esta particular habitación de mi hotel de emociones; he estado sobre estas baldosas amorfas de colores gastados muchas veces, muchas vidas, muchas muertes.
Cito el presente porque aquí mismo me observé segundos antes de encontrarme a solas encerrado conmigo mismo hace quince años sumergido en el mas desesperante silencio y hermetismo. La habitación carece de cerrojos, puertas y aberturas y aun así la presión de esta prisión es total y omnipresente.
Me hallé delante de mi mismo sin un gesto, sin voz, sin expresiones y sin Amor.
Aun hoy ignoro el como, cuando y donde, desde mis multidimensionales puntos de vista soy ciego a ciertos hechos, esos que pesan e importan y alimentan el vacío de la insípida infancia repleta y desbordante de normalidad. Mis viejos juntos y amados no faltaron nunca, jamás pase hambre. Ni abrigos, ni regalos, ni juguetes, ni paseos o cumpleaños estuvieron ausentes. Aun así, enmarcado conceptualmente en la infancia perfecta se gestó el monstruo que no entró en el armario ni debajo de la cama. Un monstruo sin dientes ni extremidades, sin fauces ni alaridos ni amenazas ocultas en las sombras de la noche.
Me acerqué a mi mismo y me arrodillé para que nuestras (mis) miradas puedan encontrarse. Me observé y atento a mis emocionales respuestas naturales e involuntarias decidí escapar.
No hallé ni vestigios ni ganas, no hallé pistas ni intensiones de romper el silencio y esos ojos que ya no son los mismos lucen artificiales y fríos, como si mi alma no estuviera dentro de ese parvulario contenedor álmico.

De los pocos recuerdos aun no extintos siendo un metro y diez no puedo quejarme ni renegar; aunque sabemos que resulta atípico que tantos años escapasen a la memoria. ¿Qué escondes?
Tu silencio no me ayuda, tu superficial paz atemoriza y se me acaban las tácticas para robarte una palabra, un gesto, una existencia. Representas el misterio humanizado y una de mis materias pendientes en estos mis procesos.


Sinceramente tengo miedo de que tu silencio y mi paciencia sean eternos.

Escrito bajo consigna para el Taller de Escritura Creativa El Lenguado con el disparador infancia, objetos de la infancia, recuerdos.

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